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¿Ya puedo empezar a disparar?
Eso
dijo Roger mientras él y Karen escapaban por entre las mesas del establecimiento
de comida. Karen insistió en que aquello era una mala idea. El peligro que
corrían en ese preciso momento era más que suficiente como excusa para usar
todos los recursos posibles; sin embargo, el haber encontrado tantos infectados
en un solo lugar era un buen motivo para
actuar con la mayor precaución posible.
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Trata de derribarlos y yo me encargaré de ellos _ respondió Karen.
Habían
conseguido salir del establecimiento y los infectados se aproximaban a gran
velocidad. Roger se armó de valentía y empuñó la sartén cual espada de
caballero medieval. Uno tras otro, los agresores caían al suelo cuando su
carrera se veía interrumpida por la fuerza del impacto metálico y, sin tener
oportunidad alguna de volverse a levantar, Karen se abalanzó sobre ellos con la
agilidad de un felino y procuró perforar sus cabezas al menos unas tres veces
cada uno.
Cuando
cayó el último infectado, Roger se dio la vuelta y presenció la brutalidad de
Karen. Apuñaló a la criatura las tres veces correspondientes: una en la frente,
una entre ambos ojos y una en la sien. Luego finalizó cortando su garganta con
un movimiento rápido de izquierda a derecha.
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Vaya _ expiró Roger _ Creo que te faltó cortarle la lengua.
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No se pueden tomar riesgos con ellos. Ahora será mejor que encontremos algo de
comida porque de lo contrario tendré que preparar lengua de infectado para la
cena.
Pasado
el peligro, ambos caminaron en busca de un lugar más abierto y menos oscuro del
que pudieran sacar provisiones por muy pocas que fueran. A pesar de vivir en un
mundo que ha sido devastado por la locura y la ira desatada de los infectados
que día a día asechan la esperanza de preservación de la raza humana, nada es
tan molesto como sentir que el viaje ha sido una pérdida de tiempo.
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No sé si pensar que esto es algo muy bueno o muy malo _ dijo Karen.
_
El final del camino es bueno, desde aquí se ve prometedor. Pero el camino es…
definitivamente malo.
_
Lo sé. ¿Qué crees que deberíamos hacer?
Así
debatían acerca de un local de dulces y chucherías que se encontraba al final
de una calle repleta de cadáveres que podrían ser tan solo los cuerpos de
aquellos desafortunados que cayeron en los brazos de la muerte, o infectados
que yacen en un estado de inactividad. Cualquiera que fuere, no eran menos de
quince o veinte cuerpos los que se extendían por el camino. Y la idea de salir
bien cargados de provisiones de la dulcería era realmente atractiva.
_ Yo digo que lo intentemos _
sugirió Roger.
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