Historias

ZombieBus - Estación de Servicio (IV)


                Los infectados estaban próximos a alcanzar su presa, Roger se subió al autobús y se sentó en el lugar del conductor.

                _ Parece que tienes menos de sesenta segundos para cambiar de idea, linda _ gritó Roger encendiendo el motor del autobús.

                _ ¡¿Qué hacen?! Malditos enfermos _ respondió la asaltante agitándose tanto como podía en la silla a la que seguía atada _ ¡Desátenme!

                _ Oh, ¿Estás lista para dar un poco de información?

                Ella lo miró con desprecio y se agitó con mayor furia que antes. La adrenalina y el miedo se fusionaron, incrementando al igual que el ruido de los infectados acercándose cada vez más. El tiempo se agotaba y lo único que consiguió la asaltante fue caer de costado al pavimento de la carretera todavía atada a la silla. Ahora se sumaba el dolor del contacto de la piel con la superficie caliente en la que pronto vería correr su sangre mientras aquellos monstruos insaciables disfrutaban de su carne. Ya ella no alcanzaba a ver nada, pero por la intensidad del sonido avasallante de los infectados adivinó que la muerte yacía a su lado esperando con ansias el fatídico momento.

                _ ¡Auxilio! _ gritó_ ¡Está bien, hablaré, auxilio!

                Entonces se rindió. No recibió respuesta de aquellos que con tanta naturalidad la ofrecieron como ganado al matadero y escuchó como el autobús se puso en marcha. Su respiración se tornó pesada, el ruido del motor en movimiento le abrumaba como un zumbido aliado de los rugidos que desesperados por comer se acercaban a ella. Y lo caliente del suelo se volvió cálido, y lo cálido pronto perdió su temperatura, siendo suplantado por un frío intenso que emanaba del interior de aquella desdichada mujer. Un frío capaz de hacer que los segundos se hicieran pasar por horas, un frío capaz de congelar los sentidos, logrando ensordecer casi por completo la marcha de los infectados y el fragor del motor para suavizar el momento de su partida.

                La compresión de aire y la fricción de los neumáticos en el pavimento devolvieron a la asaltante sus sentidos. No podía saberlo con exactitud, pero todo parecía indicar que el autobús se había detenido no más de cinco decenas de metros de distancia de ella. Seguido a eso escuchó los impactos de varios cuerpos chocando con furia contra un obstáculo metálico que luego fueron constantes. Incluso los sonidos de la marcha y rugidos de los infectados dejaron de aproximarse (y pese a que se mantenían amenazantes, no se movían de lugar).

                La estrepitosa detonación de la escopeta estremeció el cuerpo de la asaltante a la vez que aumentaban sus esperanzas de vida. Ahora recobraba el aliento tal como lo hace aquél que a fuerza de agotadores brazadas se escabulle de las garras del agua antes de ahogarse y llega a alcanza la orilla.

                

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